Washington, Diana Negre*
Los excesos del pasado miércoles son una escalada en la conducta imprevisible de Donald Trump, a quien nunca han condenado hasta ahora tantos norteamericanos: seguidores y rivales le hicieron responsables por el ataque al Congreso que espantó al país, hizo un daño serio a la reputación de Estados Unidos en el mundo y abrió un nuevo frente en la búsqueda de responsabilidades.
Si Trump ha podido durante cuatro años escudarse en la voluntad popular de los menos favorecidos del país, las palabras que dirigió a sus seguidores el día de marras superaron la capacidad de tolerancia de sus propios colaboradores, como pudo verse en la serie de dimisiones que siguieron a las horas de violencia.
Porque, ciertamente, Trump atizó la violencia de la turba que invadió el Capitolio, donde ambas Cámaras del Congreso estaban ultimando el proceso de transición que el próximo día 20 ha de instaurar al demócrata Joe Biden y poner todo el cuerpo legislativo también bajo control demócrata.
Pero ni las palabras incendiarias de Trump ni la excitación de sus seguidores son suficientes para explicar los deplorables acontecimientos que paralizaron el Congreso durante varias horas y cuyas imágenes seguirán circulando por el mundo para gran desprestigio de un país que desde hace tanto tiempo se considera un paladín de la democracia.
Porque ni el FBI, cuya misión no consiste tan solo en investigar delitos, sino también en prevenirlos, ni los diversos cuerpos de fuerzas de seguridad que tienen en la zona abundantes contingentes, hicieron sus deberes: tan solo la Policía del Capitolio, una fuerza de dos mil agentes, estaba a cargo de las casi 300 hectáreas de la zona para defender, no solo los accesos, sino las múltiples puertas y ventanas del edificio principal que alberga el hemiciclo de ambas Cámaras.
No es que el ataque fuera una sorpresa: tanto las declaraciones de muchos manifestantes como los abundantes mensajes de las redes sociales advertían desde semanas atrás de la “marcha sobre Washington” que estaban preparando.
Probablemente no fue negligencia, sino un error de cálculo, lo que hizo que ni la alcaldesa de Washington llamara a su propia policía ni varios organismos federales emplearan los abundantes recursos de que disponen en la zona. Parece ser que no querían dar la impresión de “mano dura”, después de un año de constantes protestas en diversos lugares del país, en que se ha acusado de abusos a las fuerzas del orden.
Aún así, es difícil de comprender que la alcaldesa de Washington tardase una hora después del asalto al Capitolio para llamar a su policía, o para pedir ayuda a los efectivos de los vecinos estados de Maryland y Virginia, ambos dispuestos a ayudar.
Las investigaciones en torno a estos fallos han empezado ya, pero el tiempo hasta la inauguración del nuevo gobierno es muy corto y el debate principal no se centra en eso, sino en las medidas que Trump podría tomar hasta entonces y, más aún, en las que deberían tomar, tanto él como el Congreso, ante los hechos de este pasado jueves.
Incluso los medios conservadores le aconsejan que dimita antes de que el Congreso, en los pocos días que le quedan, inicie un nuevo “impeachment”, con unos méritos mucho mayores que el del año pasado, que no prosperó. Y otro tanto ocurre con sus ministros -que empezaron a dimitir cuando empezó la invasión del Capitolio – e incluso con su vicepresidente Mike Pence, que siguió el protocolo y presidió en el Congreso los actos para la transmisión de poderes.
Una dimisión le evitaría a Trump el proceso de un nuevo “impeachment” y permitiría que las investigaciones se centren en los fallos de tantos responsables para impedir las lastimosas escenas del ataque al Capitolio -que además se cobró cuatro vidas.
Esta búsqueda de responsabilidades sería un cierto consuelo para Trump, pues desviaría en parte la atención centrada ahora en su conducta y le permitiría desaparecer del escenario con menos dramatismo.
Incluso se evitaría lo que para él ha de ser penoso, que es transferir el poder a Joe Biden, algo que han hecho todos los presidentes que le han precedido.
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.