La gran proeza del PC chino ha sido inmunizarse de la pasión y el radicalismo revolucionario de su nacimiento para ir pragmáticamente arropando de bienestar su propia esencia, que es el monopolio del poder.
Washington, Diana Negre*
El comunismo chino, el Partido comunista, ha cumplido cien años. Y lo ha hecho a lo chino: con pequeños pasitos, infinitas rectificaciones, grandes sacrificios y la impertinente arrogancia de la modestia.
No ha prometido – como Hitler – el imperio de los mil años; ni –como Karl Marx -la revolución universal. Pero ha realizado el milagro de cohesionar política y administrativamente la mayor nación del mundo (mil cuatrocientos millones de habitantes) y sacarla de un marasmo económico secular hasta erigirse como la segunda potencia económica del planeta.
A pesar de esta discreción relativa, el PC chino ha festejado su centenario por todo lo alto y la prensa del mundo entero se ha hartado de buscarle padres a este éxito. Son legión lo que han hablado de la “lección rusa”, es decir, que Pekín aprendió del colapso de la URSS a no cometer los mismos errores. Y han sido ancladas en el vetusto socialismo científico las que quisieron ver la paternidad del éxito en las convulsiones ideológicas de la “revolución cultural” y la contrarrevolución que le siguió. En fin, todo el mundo – excepto los propios comunistas chinos– le ha encontrado un padre o varios a la vitalidad del comunismo chino.
Por lo que yo sé, en estas interpretaciones falta un “padre”, y ese es un padre muy potente: Estados Unidos, o si se quiere generalizar, la economía de mercado. La gran proeza del PC chino ha sido inmunizarse de la pasión y el radicalismo revolucionario de su nacimiento para ir pragmáticamente arropando de bienestar su propia esencia, que es el monopolio del poder.
Evidentemente, la economía de mercado china dista muchísimo de la estadounidense. En líneas generales el país sigue fiel al dirigismo económico. Pero a diferencia de las dictaduras revolucionarias, la zona de libre iniciativa es enorme y el apoyo estatal es para los ganadores.
Mientras en la URSS, por ejemplo, el Estado se embarcaba en empresas socialmente convenientes, pero empresarialmente inviables, Pekín apuesta ante todo por las que son rentables. Y como no es una economía de mercado al ciento por ciento, el dirigismo chino tiene su talón de Aquiles en las obras de infraestructura, muy a menudo en desafío abierto con el medio ambiente y su rentabilidad a corto y medio plazo.
Tanto comentario e interpretación de un proceso centenario encierra inevitablemente aciertos y disparates. Y en cualquier caso, peca de buscarle los tres pies al gato. Porque, como todo proceso histórico de prolongada gestación, los éxitos del comunismo chino son el fruto de la suma de esfuerzos, aciertos y errores detectados de todos los que han participado en su gestación.
En resumen, se podrá decir que es la versión política de Fuenteovejuna: ¡Todos a una!
*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.