Lo que hay ahora es una aglomeración de gentes como las que siempre han llegado, es decir, personas que desean vivir mejor que en sus países y llegan aquí con el señuelo de una prosperidad que no pueden alcanzar allí. (Imagen: Fuente externa).

Como ha ocurrido tradicionalmente, la inmigración ilegal es motivo de un intenso debate político, a pesar de que no se ver reflejado en el proceso legislativo, por muchos que congresistas y senadores de ambos partidos se declaren repetidamente ultrajados por el desorden que impera en este terreno.

Washington, Diana Negre*

Para cualquier norteamericano que siga las noticias del país, resulta llamativa la concentración de inmigrantes en su frontera meridional: no miles, sino cientos de miles de personas tratan -generalmente con éxito- de entrar en Estados Unidos aunque no tengan la documentación necesaria ni ofertas concretas de trabajo.

Este problema de inmigración ilegal no es nuevo, pero recientemente ha adquirido mayores proporciones y está a punto de aumentar todavía más: la legislación que trataba de controlar las entradas ilegales de extranjeros expiró esta semana y las puertas estarán todavía más abiertas a quienes tratan de instalarse en Estados Unidos.

Nuestros lectores pueden pensar que la situación no es muy distinta de la que se vive o se ha vivido en el sur y el este de Europa, pero hay una diferencia importante: aquí no tratan de impedir la entrada en el país, organizaciones privadas o afines al gobierno els ayudan en lo posible y las autoridades se preparan incluso a facilitar más su ingreso al país.

Muchos de los que llegan tienen aquí familia y les es relativamente fácil integrarse. Es algo que probablemente se aplica a los niños que llegan a la frontera sin la compañía de sus familias y gozan así de un proceso más rápido para salir de la zona y viajar al interior del país, donde probablemente les esperan padres, tíos o primos que facilitarán su integración, ya sea en las escuelas locales o, para los ya de mayor edad, en puestos de trabajo no cualificados.

Como ha ocurrido tradicionalmente, la inmigración ilegal es motivo de un intenso debate político, a pesar de que no se ver reflejado en el proceso legislativo, por muchos que congresistas y senadores de ambos partidos se declaren repetidamente ultrajados por el desorden que impera en este terreno.

Lo cierto es que Estados Unidos tiene un elevado porcentaje de inmigración, con más del 13.6 de la población de origen extranjero. En Europa, tan solo España se le acerca, con poco más del 12%, aunque la comparación económica entre ambos países ofrece pocos puntos en común: si el desempleo en España fonda el 15%, mientras que en Estados Unidos apenas supera el 3%.

Más importante aún, en Estados Unidos no hay forma de cubrir todas la vacantes en todo tipo de oficios y profesiones con la población que reside aquí, legal o ilegalmente.

Incluso los enemigos de grandes movimientos migratorio reconocen que el país necesita mano de obra -en sus campos,  sus fábricas,  sus centros de procesamiento de alimentos, empresas tecnológicas, incluso en sus escuela. Pero quisieran que la llegada de trabajadores se haga de forma ordenada y de acuerdo con las necesidades económicas del país.

Lo que hay ahora es una aglomeración de gentes como las que siempre han llegado, es decir, personas que desean vivir mejor que en sus países y llegan aquí con el señuelo de una prosperidad que no pueden alcanzar allí. En un mercado laboral tan apurado como el de Estados Unidos, se les puede emplear en general a todos, pero su ingreso en el país no corresponde exactamente a las necesidades económicas y esta es probablemente la queja principal de quienes critican esta inmigración sin controles.

Pero ante la necesidad de trabajadores, estas quejas no dan grandes resultados. Recientemente, el líder de la mayoría en el Senado, el demócrata Robert Schummer, declaró que el país necesitaba más inmigrantes para que su economía funcione, lo que sentaba las bases para la nueva política -o más bien inacción- migratoria, en que ya no habrá límites a la cantidad de gente que puede entrar en el país. Y entre estos límites se incluye la legalidad de su llegada.

Los beneficiarios inmediatos de esta situación son los abogados: tramitar cualquier documento vale por lo menos 140 $, unas cantidad importante para inmigrantes indocumentados o para sus familias en el país que frecuentemente no ganan más allá de 10 $ por hora, pero milagrosamente los recién llegados encuentran estos fondos y evitan la deportación.

El momento es especialmente propicio debido a la inflación, próxima al 8 % desde hace casi nueve meses, pues los recién llegados no son muy exigentes en cuanto a remuneración y, al trabajar por menos dinero, tienen una influencia que frena la subida de salarios. En el pasado mes de octubre, por ejemplo, había nada menos que 10 millones de vacantes que, de llenarse con los trabajadores que pueden llegar de fuera, especialmente para empleos cualificados, habrían de ejercer un cierto freno sobre la inflación.

Pero no todo son consideraciones económicas: en general, los inmigrantes tienen un voto progresista al menos en las primeras generaciones y esto beneficia a los demócratas, que son así quienes más les favorecen. Ahora, los demócratas tildan de “nativistas” a quienes se oponen a la entrada de más inmigrantes, mientras que los republicanos expresan sus dudas en cuanto al patriotismo de quienes favoreces más llegadas.

El empeño demócrata por abrir las compuertas migratorias es tal, que el presidente del Supremo se vio impulsado a paralizar la medida inminente de eliminar los controles, pero no hay garantías de que lo frene durante mucho tiempo. Con la diferencia de nivel de vida y posibilidades entre el Norte y el Sur del continente, la avalancha migratoria puede ser un autentica marea humana: este año, llegaron a las fronteras dos millones de indocumentados y el número puede ser mucho mayor si se les permite entrar sin permiso.

En realidad, este país ha estado importando trabajadores desde que llegaron sus primeros colonos. No solo traían de manera forzada a esclavos comprados a negros en Africa, sino que en el país había también blancos en condiciones de casi esclavitud que trabajaban años o décadas para conseguir su libertad: había un trabajo por hacer y, tras él, dinero que ganar, tanto para el patrono como para el esclavo o semi esclavo. Ni entonces ni ahora hay mucha gente dispuesta a renunciar al beneficio.

*Diana Negre, periodista, escritora, editora, veterana excorresponsal en la Casa Blanca de múltiples medios en Europa y América Latina.